domingo, 26 de abril de 2015

Abordaje historiográfico de las minorías sexuales (III de XVIII)


Los estudios históricos en el siglo XX asistieron a tres revoluciones determinantes que marcaron el futuro de este campo: la primera es la incorporación de los métodos estadísticos en la investigación tradicional, la segunda es lo que vagamente se conoce como Escuela de Anales; y la tercera es el nacimiento de la Historia de las minorías (Boswell, 1985).

Para esta investigación las ideas de Anales y la incorporación de las minorías como sujetos legítimos en el quehacer histórico presentan un marco de referencia que permite situar el análisis de las publicaciones impresas destinadas a LGBT (Boswell, 1985; Burke, 1996).

A continuación se presentan los aportes de la Escuela de Anales y de la Historia de las minorías al estudio del movimiento sexodiverso.

1.1 La nueva historia de la Escuela de Anales
Esta corriente debe su nombre a la revista Anales de la Historia económica y social publicada desde 1929 por un grupo de historiadoras e historiadores franceses que rechazaba la manera tradicional de entender y ejercer su profesión. Desde el Clasicismo en adelante, se concebía la historia exclusivamente como un relato de acontecimientos políticos, por eso una pareja de estudiosos galos reaccionaron en contra de esa idea y presentaron un nuevo paradigma (Sharpe, 1993; Brito, 1996; Carbonell, 1996).

Según Burke (1993), esta nueva historia no es un concepto original de estos académicos, porque mucho antes se había planteado la necesidad de revisar el objetivo de esta ciencia. En 1912, por ejemplo, James Harvey Robinson acuñaba la frase “Nueva historia” y reclamaba una visión más amplia de la disciplina de la que se tenía hasta ese momento.

El mérito de las francesas y franceses reside en que pudieron concretar una propuesta coherente y duradera que influyó a las futuras generaciones de historiadoras e historiadores y que marcó un rumbo definido en los estudios de este campo.

Pero ¿en qué consiste esa “Nueva historia”? y ¿cómo se diferencia de la concepción tradicional? Burke (1993) señala cinco aspectos:

  1. La historia tradicional considera la política como su centro. La nueva modalidad proclama que cualquier actividad humana puede historiarse.
  2. Antes se entendía la historia como una narración de acontecimien¬tos, ahora se habla de una historia analítica centrada en proble¬mas.
  3. Las historiadoras e historiadores tradicionales presentan un enfoque “desde arriba”, porque se basan en las grandes hazañas de los personajes importantes. Las nuevas investigadoras e investigadores también dan una visión “desde abajo” con la perspectiva de la “gente corriente”.
  4. Para las primeras y primeros, las fuentes son preferiblemente documentos oficiales. Para las últimas y últimos, los recursos van desde los relatos orales hasta las estadísticas.
  5. Para aquellas y aquellos la historia es objetiva, en cambio para éstas y éstos es subjetiva y admite el relativismo cultural.
Respecto a Anales, Burke (1993) advierte que las definiciones no son tan sencillas porque “el movimiento recibe su unidad sólo de aquello a lo que se opone” (p. 13).

Sin embargo, hay tres puntos que podrían resumir las ideas centrales del grupo: rechazaban la relevancia de la historia de los hechos políticos frente al resto de la esfera de la vida humana; planteaban una historia enfocada en problemas y no en la simple narración de acontecimientos; y, por último, proponían un nuevo enfoque interdisciplinario.

Después de varias décadas estos principios rectores cambiaron y en la actualidad se observa en el seno del grupo el retorno al tema político y la valorización de la narración.

Por ello, al referirse a Anales, Carbonell (1996) propone que el término “escuela” debe entenderse en un sentido amplio, mientras que Burke (1996) considera más apropiado llamarla “movimiento” atendiendo a la diversidad que existe en su interior y los cambios que sufrió en su desarrollo.

De manera equivocada, Anales se percibe desde afuera como un grupo monolítico y uniforme, que niega la libertad humana, utiliza métodos cuantitativos, pretende ser científico y es indiferente a la política (Burke, 1996).

Pero esta visión estereotipada desconoce las grandes diferencias que existen entre sus miembros. Por ello, a continuación se presenta una breve reseña de la evolución del movimiento para entender en qué consiste realmente Anales y determinar cuál es su aporte al presente estudio.

 
1.1.1 Etapas de la Escuela de Anales
Para Burke (1996) esta corriente ha tenido tres fases. La primera va desde 1929 hasta 1945; la segunda abarca desde el final de la II Guerra Mundial hasta el Mayo Francés; y la tercera comienza en 1968 y se prolonga hasta el presente.

El movimiento nace con la publicación de la revista del mismo nombre el 15 de enero de 1929, impulsada por el medievalista Marc Bloch, y el especialista en el siglo XVI Lucien Febvre. Ellos integraban un equipo declarado en rebeldía contra la historia tradicional basada en los acontecimientos políticos (Carbonell, 1986). En palabras de Febvre, era necesario ser herético, por eso “Anales había comenzado siendo la publicación de una secta herética” (Burke, 1996, p. 37).

Bloch muere durante la ocupación alemana en París y al finalizar la guerra, Febvre con su equipo logran conquistar los cargos más importantes en los centros de investigación histórica del país, tomando las riendas de la historia oficial de Francia. Luego de la muerte de Febvre en 1956, Fernand Braudel se hizo cargo de Anales y se convirtió en la figura rectora más poderosa de las historiadoras e historiadores franceses (Brito, 1996; Burke, 1996).

Esta etapa se inicia con la publicación de “El mediterráneo” de Braudel que ayudó a cambiar las nociones de espacio y tiempo que se tenían hasta la fecha. En la segunda generación, Braudel recibió gratamente los métodos estadísticos en el equipo dando paso a lo que se conoce como historia cuantitativa. De ahí que le otorgara más peso a las estructuras sociales y económicas que a la capacidad del individuo de reaccionar contra ellas (Furet, 1978).

Por eso, algunas autoras y autores consideran que Braudel en cierta medida es determinista, a diferencia de Febvre que creía en el libre albedrío y en la posibilidad del ser humano de forjarse un futuro (Burke, 1996, Carbonell, 1996).

La otra tendencia de la segunda generación fue la historia de las mentalidades impulsada por Philippe Ariès y retomada más adelante por Jacques Le Goff. Pero debido al determinismo de Braudel, esta materia quedó relegada y tuvo que esperar la llegada de una nueva generación de historiadoras e historiadores para ocupar un puesto relevante en el movimiento (Flandrin, 1984).

1.1.2 Anales en la actualidad: diversidad de temas y métodos
El mayo francés impulsó un cambio en la agrupación y fue en ese período cuando Marc Ferro, Jacques Le Goff y Emmanuel Le Roy Ladurie se integran al equipo. Para Burke (1996) el punto de partida de la tercera generación es 1968. En esta etapa es difícil establecer rasgos distintivos de la escuela, algunos incluso hablan de fragmentación intelectual, porque este momento se caracteriza por la proliferación de temas y métodos diferentes.

En 1972, Braudel abandona la presidencia y lo sucede Le Goff. En esta etapa prevalece el policentrismo porque Francia deja de ser el núcleo geográfico de la escuela. Los nuevos integrantes están mucho más abiertos a las influencias del extranjero y, a diferencia de Braudel, sus miembros hablan y escriben en inglés (Burke, 1996).

Algunas y algunos han llevado aún más lejos la idea de Febvre y el concepto de historia lo han aplicado a temas como la niñez, los olores o los sueños (Carbonell, 1986), de lo que se desprende el primer aporte de Anales al estudio de las minorías sexuales, es decir, la noción de que todo puede historiarse.

Otro rasgo importante de esta etapa del movimiento es la incorporación de las mujeres al equipo de trabajo. Klapish, Ozouf, Farge y Perrot aportan una visión diferente del pasado con un nuevo campo de estudio: la historia de las mujeres. Este hecho refleja el impacto del movimiento feminista en las ciencias sociales y, en especial, en la historiografía (Scott, 1993; Burke, 1996).

Este tema surge como terreno definible entre 1960 y 1980, y se vincula claramente con el movimiento de mujeres. Esta corriente nace “cuando las activistas feministas solicitaron una historia que proporcionara heroínas” (Scott, 1993, p. 60). Por eso en el inicio hubo un nexo directo entre el activismo y la tarea académica.

Para Scott (1993) esta corriente es necesariamente política porque “reivindicar la importancia de las mujeres en la historia equivale necesariamente a manifestarse contra las definiciones [tradicionales] de la historia” (p. 71). En consecuencia, otro aporte de Anales es demostrar que existen nuevos sujetos históricos –como las mujeres y los homosexuales– tan legítimos como los tradicionales.

La presencia de esta línea de investigación hizo que algunas y algunos integrantes reconsideraran el valor de la política en la actividad académica, con lo cual se refutaba uno de los principios fundadores del movimiento (Burke, 1996).

Otra reacción de la tercera generación se dio con la historia de las mentalidades. Este cambio en contra de Braudel y el enfoque cuantitativo tuvo una referencia en la obra de Ariès, “La infancia y la vida familiar en el Antiguo Régimen” publicada en 1960 (Burke, 1996).

El trabajo de Ariès se orientó más hacia la relación entre la cultura y la naturaleza, es decir, cómo una cultura concibe y experimenta fenómenos como la niñez o la muerte; lo que obligó a darle más importancia al papel de los valores y las mentalidades en las investigaciones (Burke, 1996).

Por eso surge una serie de estudios que pretenden desarrollar la historia del amor, la sexualidad y el cuerpo, de lo que se desprende el tercer aporte de la escuela al conocimiento del movimiento LGBT y que complementa el primero, es decir, el reconocimiento de nuevos temas de investigación como la sexualidad y el cuerpo.

Estos trabajos brindan un marco de referencia al análisis de la diversidad sexual y, específicamente, al estudio sobre las publicaciones dirigidas al público LGBT.

La figura central de esas disertaciones sobre la sexualidad y el amor es Jean Louis Flandrin (1984). Sus escritos sobre la moral sexual en Occidente ponen en relieve la relatividad de conceptos como “natural” y “amor”. “No hay hombre natural, en el sentido de que todo comportamiento humano fue modelado por una cultura“(Flandrin, 1984, p. 10).

Respecto a la historia de la sexualidad, este autor expresa:
“Todo el mundo tiene una vida sexual. El problema es saber en qué consiste, es decir, qué formas asume la libido bajo la doble influencia de la represión y del erotismo, que, más o menos abiertamente, existen en todas las culturas; cómo, pues, está estructurado el deseo sexual, en qué medida alcanza sus fines, cuáles son sus efectos sobre el sujeto y sobre los objetos de su deseo” (Flandrin, 1984, p. 16)

Otros investigadores como Foucault (1996), Ariès (1987) y Porter (1993) abordaron el tema de la sexualidad, la homosexualidad y el cuerpo, respectivamente. Sobre Foucault, se afirma que se movió “en líneas paralelas a las de la tercera generación de Anales” (Burke, 1996, p. 101). Su obra inconclusa “Historia de la sexualidad” (1976, 1984 y 1984) revolucionó la aproximación teórica hacia ese tema. A partir de un análisis histórico de los discursos sobre sexualidad, este autor relativiza conceptos que hasta ese momento se percibían como objetivos y que eran producidos por los actores sociales más influyentes, es decir, la iglesia, la jurisprudencia y la biomedicina (ONUSIDA y Liga Colombiana, 1999).

Foucault (1996) devela los juegos de poder que existen detrás de las ideas de verdad y normalidad en el área sexual y explica que lejos de disminuir los discursos sobre el sexo, en los últimos trescientos años se han multiplicado los mecanismos institucionales para promoverlos. “Desde el siglo XVIII el sexo no ha dejado de producir una especie de erectismo discursivo generalizado” (Foucault, 1996, p. 44) y califica las conductas transgresoras que no encajan dentro de la vida en pareja heterosexual como “sexualidades periféricas”.

Ariès (1987), por su parte, considera que uno de los rasgos más sobresalientes de las sociedades occidentales y su moralidad es el debilitamiento de las restricciones y condenas que pesan sobre la homosexualidad.

De igual manera, señala que:
“Los homosexuales forman actualmente un grupo coherente, sin lugar a dudas, aún marginal, pero que ha tomado conciencia de su propia identidad; un grupo que reivindica sus derechos contra una sociedad dominante que aún no los acepta” (Ariès, 1987, p. 103)

Para este autor las personas lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros (LGBT) están a punto de ser aceptadas y aceptados, y esto ha generado polémicas en algunos grupos conservadores. Pero él considera que la normalización de la sexodiversidad es una tendencia que continúa avanzando.

Asimismo plantea que la historia de las minorías sexuales “constituye un caso particular dentro de la historia de la sexualidad en general” (p. 112) y discute si la homosexualidad tal y como se entiende hoy es una invención del siglo XIX o, por el contrario, ha existido siempre (Ver Boswell, 1985; Cruishank, 1992; Fernández y Sciolla, 1999).

Además, expone que la tolerancia frente a los grupos LGBT originará en el largo plazo un cambio en la representación social de los sexos, de sus roles, sus funciones y sus imágenes simbólicas.

Sobre la historia del cuerpo, Porter (1993) hace referencia a los cambios que la revolución sexual, la contracultura de los sesenta y el feminismo de los setenta han dejado sobre la imagen que se tiene de la corporeidad.

Estas transformaciones contribuyeron a modificar el rumbo de los inter¬eses académicos, “orientándolos hacia la exploración de la ‘cultura material’, uno de cuyos órganos es la historia del cuerpo” (p. 257). Para Porter (1993) estas corrientes son fomentadas en el grupo de Anales porque consideran que todos los aspectos de la vida humana pueden historiarse.

Como se observa, en la tercera generación hay una dispersión de temas, que va acompañada de una reacción contra el método cuantitativo de Braudel por considerarlo determinista. La crítica a este enfoque se centra en su carácter reduccionista, porque supone que aquello que no se puede medir o contabilizar, no puede estudiarse (Furet, 1978; Burke, 1996).

Sin embargo, no todos se opusieron a la metodología de Braudel; incluso, algunas y algunos integrantes la siguieron empleando. De ahí que se hable de una multiplicación de temas y métodos en la tercera generación de la Escuela de Anales.

También durante los setenta hubo una protesta más general contra mucho de lo que Anales defendía como el predominio de la historia social y estructural. De ese movimiento surgieron tres corrientes principales que influyeron en la agrupación: la primera fue un giro antropológico, la segunda el retorno al tema político y, por último, el renacimiento de la forma narrativa (Burke, 1996).

El giro antropológico se concibe como el vuelco a la antropología cultural. De esta combinación nace la propuesta de una “historia antropológica”. Algunos de sus representantes fueron Le Goff con su estudio de las leyendas en la Francia medieval y Le Roy Ladurie que reconstruyó en su obra Montaillou la vida de una aldea basándose en los registros de la inquisición del siglo XII (Sharpe, 1993; Burke, 1996).

Este último trabajo es un ejemplo de la llamada “microhistoria” o “historia desde abajo”, un enfoque que en las últimas décadas ha intentado recuperar la vida de la gente corriente y de grupos -a menudo- ignorados por las historiadoras e historiadores tradicionales (Fontana, 1973).

“La historia desde abajo” es el cuarto aporte de la Escuela de Anales a la presente investigación, porque revaloriza el testimonio de colectivos descuidados por los círculos académicos tradicionales, entre los que se encuentran los movimientos de liberación homosexual.

Según Sharpe (1993), este campo de estudio recibió una gran contribución de las investigadoras e investigadores marxistas que recuperaron la experiencia de las trabajadoras y trabajadores ingleses en el inicio del movimiento obrero británico. Este atractivo enfoque presenta ciertas dificultades de conceptualización como, por ejemplo, qué fuentes se deben emplear, “dónde se ha situar, exactamente, ese «abajo» y qué habría que hacer con la historia desde abajo, una vez escrita” (p. 42).

Para este autor una función de la historia desde abajo es que:
“(…) abre al entendimiento histórico la posibilidad de una síntesis más rica, de una fusión de la historia de la experiencia cotidiana del pueblo con los temas de los tipos de historia más tradicionales” (Sharpe, 1993, p. 51)

Además, la historia desde abajo, como reflejo de ese giro antropológico, presenta el uso imaginativo de las fuentes para ampliar la visión que se tiene del pasado.

Este giro antropológico también debe mucho a la obra de Foucault (1996). Gracias a él, los miembros de la escuela francesa redescubren la historia del cuerpo y sus vinculaciones con la historia del poder y la política, temas que antes esta corriente relegaba.

El descuido de la política por los integrantes de Anales ha originado una de las críticas más consistentes que se le hace al movimiento. Burke (1996) advierte que aunque no es totalmente cierto, es evidente que los temas sociales y económicos tuvieron mayor relevancia. Él distingue ciertos matices en el grupo y afirma que lo que varios integrantes pasan por alto son los sucesos políticos y militares por considerarlos superficiales.

No obstante, en la tercera generación se observó un retorno al tema político que se interpreta como una respuesta contra Braudel y también contra otras formas de determinismo. “Esa reacción está vinculada con un redescubrimiento de la importancia que tiene la acción frente a la estructura” (Burke, 1996, p 89).

Gracias al aporte de Foucault, el regreso a la política se extiende también a la “micropolítica”, es decir, “la lucha por el poder en el seno de la familia, en las escuelas, en las fábricas” (Burke, 1996, p. 89).

Este retorno también está vinculado con un renacimiento de la forma narrativa y el uso de la biografía histórica como técnicas que permiten estudiar el tema de la libertad humana. De allí se desprende el último aporte de Anales a esta investigación: el uso de la narración como técnica historiográfica para presentar los resultados.

1.1.3 Aporte de Anales al estudio del movimiento sexodiverso
Ahora bien, al realizar un balance, es incuestionable la enorme influencia que tuvo Anales en las nuevas generaciones de historiadoras e historiadores que deseaban explorar temas y métodos diferentes. A lo largo de estas décadas nombres como Le Goff, Braudel, Duby o Le Roy Ladurie han pertenecido a esta escuela. También autoras y autores como Foucault o las historiadoras e historiadores marxistas Labrousse, Vovelle y Vilar fueron influenciados por esta corriente francesa.

Pero, ¿qué le aporta la Escuela de Anales al estudio del movimiento LGBT y, específicamente, a la historia de los medios impresos destinados al público sexodiverso? El investigador considera cinco aspectos que sirven de referencia para este trabajo.

(1) Todo puede historiarse
A juicio de Burke (1996) “la obra más sobresaliente del grupo de Anales durante las tres generaciones fue la conquista de vastos territorios para la historia” (p. 108). Estas ampliaciones abarcan temas y grupos sociales que antes descuidaban las historiadoras e historiadores conservadores, como, por ejemplo, las mujeres, la sexualidad, el cuerpo y las minorías sexuales (Ariès, 1987; Porter, 1996; Scott, 1996). Esta noción legitima el estudio de las publicaciones impresas destinadas a lectoras y lectores LGBT.

(2) Nuevos enfoques: historia desde abajo
Un segundo aporte es lo que se ha dado en llamar “microhistoria” o “historia desde abajo” que rescata las vivencias de grupos y personas que no eran tomados en cuenta por los historiadores tradicionales (Sharpe, 1993).

Esta perspectiva revaloriza el testimonio de la “gente corriente” y brinda un marco de referencia que permite el acercamiento a actores sociales poco estudiados en el pasado.

Para Sharpe (1993), “la máxima contribución del enfoque de Anales ha consistido en mostrar cómo construir el contexto en el que puede escribirse la historia desde abajo” (p. 49).

(3) Nuevos temas: la sexualidad y el cuerpo
Un tercer aporte es el nacimiento de las investigaciones sobre la sexualidad y el cuerpo en el terreno histórico, que ayudan a contextualizar el presente estudio y permiten comprender cómo se ha tratado este aspecto en los trabajos anteriores.

(4) Se revaloriza la narración
Asimismo la valorización de la acción humana frente a las estructuras sociales, ocasionó un renacimiento de la forma narrativa en la escuela. Esta investigación tomará la narración como técnica historiográfica para presentar sus resultados.

(5) Nuevos sujetos históricos
Por último, un quinto aporte de Anales es demostrar que existen otros grupos sociales como las mujeres, los afroamericanos y los LGBT que pueden ser sujetos históricos válidos para las y los profesionales de esta ciencia.

1.2 Historia de las minorías: alcance y limitaciones
La segunda revolución que se dio en el campo historiográfico en el siglo veinte fue la consolidación de la “historia de las minorías” que podría definirse como un “esfuerzo por recuperar la historia de grupos antes ignorados o excluidos por la historiografía clásica” (Boswell, 1985, p. 39)

Esta corriente ha sido recibida con escepticismo por estudiosas y estudiosos tradicionales y la objeción más clara que se le hace es que puede utilizarse con fines políticos, lo que iría en detrimento de su rigor científico. Para Boswell (1985), este argumento carece de peso porque gran parte de las investigaciones anteriores descuidaron a las minorías por razones diferentes a las científicas.

Boswell reconoce que el ingreso de este tema a las actividades académicas obedece a motivos políticos, pero igualmente menciona que “la incorporación a la historiografía del siglo XX de la historia y de los puntos de vista de las minorías constituye un progreso evidente para los estudiosos de la historia” (Boswell, 1985, pp. 39-40).

De esta manera las investigadoras e investigadores de las ciencias sociales, incluida la historia, abordaron el tema de los movimientos minoritarios de protesta de las mujeres, los obreros, los afroamericanos, los grupos ecologistas, los pueblos indígenas, los LGBT, los antiglobalizadores, entre otros, para conocer la naturaleza de sus exigencias y evaluar el alcance de sus actividades.

Por eso desde varios campos del saber, las investigadoras e investigadores contemporáneos han abordado el estudio de las minorías y su papel en las transformaciones sociales.


1.2.1 Una aproximación a la definición de minoría
Debido a lo novedoso y fecundo del tema, existen múltiples formas de desarrollar esta materia. Aquellas y aquellos que no están familiarizados con el área suelen considerar la palabra “minoría” literalmente y “definirla como un grupo pequeño de personas que vive en medio de otro mayor” (Rose, 1979, p. 134).

Por ejemplo, Pérez (1997) explica “minoría” en función de fracciones numéricas (3 contra 9) o del porcentaje de referencia (18 % frente a 82 %). Según este razonamiento, las personas de color de Sudáfrica en la época del apartheid no serían consideradas minorías porque alcanzaban el 80% de la población. Esta concepción desconoce el elemento de subordinación necesario en cualquier noción de minoría (Maalouf, 2002).

Rose (1979), en cambio, la define como un grupo de personas diferentes a otras en la misma sociedad -ya sea por su lengua, raza, religión, nacionalidad, etc.-, que se perciben y son percibidas como un grupo diferenciado y que además esta característica diferenciadora tiene connotaciones negativas. “Más aún, carecen de poder, en términos relativos, y de aquí que sean sometidas a algunas exclusiones, discriminaciones y otras diferencias de trato” (Rose, 1979, p. 134).

Asimismo, este autor rescata dos elementos importantes en el campo de las minorías: las actitudes y los comportamientos de los miembros del grupo y de los agentes externos. Respecto a las actitudes, es necesario un sentido de identificación de los integrantes con su agrupación y la presencia de prejuicios por parte de sujetos externos. Sobre los comportamientos, se observan  conductas de autosegregación ejercidas por los propios miembros del grupo y de exclusión por parte de los de afuera.

En el fondo de este debate subyace, según Maalouf (2002), una noción peligrosa de identidad. Él plantea que en la medida que las personas se vean obligadas a definirse en función de una sola de sus pertenencias, estarán negando su complejidad y la posibilidad de establecer puntos de encuentro con otros grupos humanos.

De igual manera cree que:
“Se debería animar a todo ser humano a que asumiera su propia diversidad, a que entendiera su identidad como la suma de sus diversas pertenencias en vez de confundirla con una sola, erigida en pertenencia suprema y en instrumento de exclusión, a veces en instrumento de guerra” (Maalouf, 2002, p. 169).
Lamentablemente, el concepto de identidad predominante es el que exhorta a los seres humanos a escoger uno solo de los rasgos del individuo en detrimento de su pluralidad y su capacidad de comunicación con los que, en principio, lucen diferentes. Esto origina dentro de una sociedad la conformación de múltiples parcelas de personas que levantan la bandera de su identidad para justificar acciones en no pocas oportunidades vergonzosas.

Véase el caso de los tutsis y los hutus. Los dos grupos son católicos y hablan la misma lengua pero fueron protagonistas de las matanzas más sangrientas de los últimos años. Los kurdos y los turcos hablan lenguas distintas pero comparten la misma religión, la musulmana, lo que no ha ayudado a que sus enfrentamientos disminuyan. Los eslovacos y los checos a pesar de ser católicos no han podido mejorar su convivencia. Estos ejemplos permiten entender que lo que define a una minoría no es estático ni idéntico en todas las sociedades. No es la creencia en una fe, o una lengua común, o una misma nacionalidad lo que tiene mayor peso para un grupo humano (Maalouf, 2002).

Allí donde la fe de la gente se sienta amenazada, la pertenencia a una religión parecerá resumir toda su identidad, “pero si lo que está amenazado es la lengua materna, o el grupo étnico” serán estos rasgos los que arropen la idea global del individuo (Maalouf, 2002, p.21).

Por ello, se explica que cuando las personas se sienten discriminadas por su orientación sexual o identidad de género, tiendan a asumir este rasgo como elemento central de su personalidad.

Debido al rechazo de la homosexualidad, las personas con deseos, identidades sexuales y estilos de vida alternativos han comenzado a considerarse como parte de grupos minoritarios que poseen los mismos derechos que cualquier otro ciudadano pero que requieren representación política y protección jurídica contra la discriminación y el atropello de las mayorías (Fernández y Sciolla, 1999).

Si se entiende el concepto de minoría como un rasgo diferenciador, que además genera subordinación, entonces habrá tantas clasificaciones como grupos subordinados exista. Podrá hablarse de minorías religiosas, lingüísticas, políticas, raciales, nacionales, sexuales, culturales, entre otras.

1.2.2 ¿Quiénes integran las minorías sexuales y quiénes no?
Las minorías sexuales las conforman las y los individuos que poseen una orientación sexual o identidad de género diferente a la dominante, en este caso, la heterosexual.

La orientación sexual es un asunto de gustos, es decir, expresa la atracción emocional y afectiva hacia personas del mismo sexo –homosexualidad– del sexo opuesto –heterosexualidad– o de ambos –bisexualidad– (Amnistía Internacional, 2001).

La identidad de género se refiere a “la forma en que una persona se percibe a sí misma en relación con las construcciones sociales de masculinidad o feminidad (género)” (Amnistía Internacional, 2001, p. 10).

Los individuos que no se sienten conformes con su sexo biológico (gender role noncoformity) se les llama transgéneros. Este término hace referencia a las personas que psicológica y físicamente adoptan características del género opuesto (Fernández y Sciolla, 1999).

Dentro de este grupo están los travestis que les gusta vestirse con prendas del otro sexo, y los transexuales que sienten de manera imperativa que su identidad de género no coincide con las características de su sexo biológico, lo que hace que algunos busquen la “reasignación de género” a través de tratamientos hormonales o quirúrgicos (Amnistía Internacional, 2001). 

Esto plantea una diferenciación de los transexuales en pre-operatorios o post-operatorios dependiendo si se realizó o no una intervención quirúrgica. La identidad de género no se refiere a la orientación sexual, porque lo que intenta responder es cómo se siente una persona, de qué manera se percibe a sí mismo/a, como hombre o como mujer (Fernández y Sciolla, 1999).

Tradicionalmente se ha asociado a las personas LGBT una serie de comportamientos patológicos o delictivos, lo que revela una enorme ignorancia en torno al tema y aumenta la estigmatización contra estos grupos.

Las conductas sexuales que realmente forman parte de estas minorías son todas aquellas que se dan entre seres humanos, vivos, mayores de edad y de pleno consentimiento (Torres, 2002).

No pertenecen a esta clasificación las parafilias que son comportamientos o impulsos que involucran objetos no humanos, (ropa interior, animales) personas incapaces de consentir (niños, ancianos muy mayores o cadáveres) y exclusivamente la humillación o el uso de la violencia en la relación sexual (Fernández y Sciolla, 1999).

En esta lista pueden nombrarse la pedofilia, la zoofilia, la necrofilia, el froteurismo, la gerontofilia, la urofilia, la coprofilia, entre otras. Cualquier comportamiento sexual que involucre exclusivamente a personas muertas, animales, alimentos, objetos, menores de edad, excrementos, entre otros, son considerados por la psiquiatría moderna como enfermedades o parafilias (Torres, 2002).

En definitiva, las minorías sexuales las integran principalmente las personas lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros (LGBT), y se dice principalmente porque hay otros comportamientos sexuales que también forman parte de estos grupos. Un ejemplo es el sadomasoquismo, siempre y cuando, las y los adultos que participen en este tipo de relación lo hagan de mutuo consentimiento (Fernández y Sciolla, 1999).


1.2.3 ¿Puede hablarse de una historia “gay y lésbica”?
Una vez presentada la definición de minoría y el criterio que se toma en cuenta para clasificar los comportamientos sexuales alternativos o periféricos, se prosigue con la discusión de un elemento central en el estudio del movimiento LGBT contemporáneo.

Sobre la naturaleza de esta corriente, Boswell (1985) intenta responder si es posible hablar de una historia de la comunidad LGBT, es decir, si la homosexualidad es un fenómeno que se ha repetido a lo largo del tiempo en culturas y momentos diferentes o, por el contrario, es una creación del siglo XIX (Boswell, 1985).

Cruishank (1992) frente a esta pregunta distingue dos corrientes: la esencialista, que considera a la homosexualidad como un hecho constante en la evolución del hombre, y la constructivista que supone que este fenómeno es un producto social de los países occidentales industrializados.

Esto no quiere decir que antes no hubiese relaciones entre personas del mismo sexo, sino que esos comportamientos, tal y como se entienden en el presente, no pueden etiquetarse de la misma manera (Boswell, 1985).

El debate se explica con mayor claridad tomando como guía el antiguo “problema de los universales” que se desarrolló entre los siglos XII y XIII. La pregunta central sería si las categorías sexuales existen realmente en la naturaleza (realistas), o son simples convenciones y nombres arbitrarios para designar las conductas (nominalistas). Los “universales” serían en este caso las categorías de orientación e identidad sexual (Boswell, 1985).

Esas dos posturas clásicas entre realistas y nominalistas –o esencialistas y constructivistas según Cruishank (1992)– plantean una polémica vital para los estudios del movimiento gay y lésbico. Los realistas consideran que desde el punto de vista sexual, los seres humanos sí se diferencian. Para ellos:

La dicotomía heterosexual/homosexual existe en el lenguaje y en el pensamiento porque existe en la realidad: no ha sido inventada, sino observaba por los taxonomistas sexuales (Boswell, 1985, p. 42).

Para los nominalistas, en cambio, estas clasificaciones son productos sociales, es decir, que los seres humanos se consideran a sí mismos “homosexuales” o “heterosexuales” porque se les induce a pensar que las personas se dividen en esos dos grupos y que, en definitiva, esta división es reciente y ficticia (Boswell, 1985; Fernández y Sciolla 1999).

De ser cierta la tesis de los nominalistas, los problemas de una historia de la homosexualidad serían diferentes y no habría una historia “LGBT” como tal sino única y exclusivamente en sociedades y culturas donde convivan grupos que crean en su existencia (Boswell, 1985).

Esta corriente sostiene que sólo las sociedades industriales de la época moderna crearon la categoría relativa a la homosexualidad y que sería un error buscarla en otros momentos históricos (Cruishank, 1992).

Si se admite esa conclusión, los estudios sobre las minorías –cualquiera sea su naturaleza- sufrirían un cambio trascendental en su esencia y alcance. Ser negro, judío, homosexual o zurdo no será lo mismo en épocas y lugares distintos, porque dependerá de las percepciones sobre dichos fenómenos y la respuesta social que ellos generen. Esto obligaría a revisar la factibilidad de una historia de la negritud, el judaísmo o la homosexualidad en términos perdurables y continuos (Boswell, 1985).

Aunque las connotaciones políticas impidan la búsqueda de consenso entre nominalistas y realistas, este autor recomienda entablar un diálogo fructífero sobre aquellos puntos de acuerdo, promoviendo el estudio de los temas polémicos y evitando sobre todo las posturas extremas.

Para finalizar, Boswell (1985) expone que:
Los científicos no están aún de acuerdo sobre la naturaleza de la sexualidad humana. Sigue siendo un problema sin resolver si los seres humanos son “homosexuales”, “heterosexuales” o “bisexuales” por nacimiento, por educación, en virtud de una opción individual o si no pueden clasificarse en absoluto bajo ninguno de esos rótulos (Boswell, 1985, p. 49)

Independientemente de las soluciones al debate planteado, las dos corrientes, nominalistas y realistas, concuerdan que sí es posible hablar de una historia de la comunidad gay en las sociedades industrializadas.

De la Historia de las minorías pueden derivarse cuatro aspectos relevantes al estudio del colectivo LGBT:
  1. Primero, en la noción de minoría el elemento central es que un grupo de personas posea un rasgo diferenciador frente al resto del colectivo, y que además esa característica genere subordinación.
  2. En este caso, las minorías sexuales están integradas esencialmente por lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros (LGBT), es decir, personas que poseen una orientación sexual o identidad de género distinta a la predominante.
  3. Las minorías sexuales no deben confundirse con las parafilias. En las primeras se dan relaciones sexuales entre seres humanos, vivos, mayores de edad y de pleno consentimiento. Las segundas son comportamientos que incluyen objetos no humanos, personas incapaces de consentir.
  4. Y, por último, frente a la pregunta de si es viable hablar de una “historia LGBT”, los dos enfoques –nominalista y realista– únicamente coinciden que sí es posible en las sociedades industrializadas de Occidente.

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